A lo largo de la Historia, el Vino siempre ha estado asociado con gratos
momentos en buena compañía y saboreando ricos bocados,
tanto en comidas
formales como en reuniones informales. Si bien hay quienes ocasionalmente
consumen Vino por euforia o evasión,
lo más usual es que se tome acompañando
algo de comer. De hecho, se dice que, por un lado, ‘quienes toman Vino sin
comer nada
no saben lo que hacen!’; y, por el otro, ‘el Vino, ni solo ni a solas!”.
Elegir
las ‘mejores’ combinaciones Vino-comida ha sido tema de muy numerosas
publicaciones que han intentado reglamentar el asunto.
La verdad es que hay lineamientos que en general no son más que eso, pues las preferencias
personales son las razones predominantes.
Procurando
un término más apropiado, el vocablo ‘maridaje’ se popularizó en Español y sus equivalentes en otros idiomas.
Se generaron objeciones por la rigidez de semejante palabra y con el tiempo ha sido preferible usar el término ‘armonía’, que da más cabida
a los
gustos de cada quien y admite niveles!
Hay
gente que toma sólo Vino Tinto, Rosado o Blanco, independientemente de la
comida que se sirva. Esa preferencia se traduce
en que no se valoran los otros
2 colores y se subestima el gusto de quien prefiera esas otras variedades según
el plato elegido.
Y a veces se topa uno con quienes de día toman Blanco y de
noche Tinto, llegando al extremo de deleitarse con Rosado al atardecer,
sin
tomar en cuenta la comida que acompañan!
Es
usual oír a muchos diciendo convencidamente que la salida es muy simple: Tinto
con carne de res y Blanco con pescado y mariscos.
Si el plato es de algo
distinto, como cerdo o pollo, el asunto cae en una zona ‘medio gris’ –como si los
colores fueran negro y blanco!-,
así que, por salir del paso, la decisión se
inclinaba por… Rosado!
Se trata
de que el Vino y la comida no se opaquen entre sí, sino que ambos se realcen uno a otro. Por ejemplo, un Vino Tinto estructurado
(complejo, tánico, de buen
cuerpo) puede hacer que no se aprecie una comida ligera; por eso debe
acompañar comidas más contundentes.
Se debe
procurar el mejor equilibrio posible entre la comida y el Vino seleccionado,
con el fin de lograr la mayor complacencia sensorial.
Si un plato bien
preparado –ingredientes elegidos y técnicas culinarias utilizadas-, se armoniza con un
Vino bien adecuado, en la boca
se produce una sensación casi única e
irrepetible, de mayor alcance que la producida por ambas cosas separadamente.
Los platos livianos y poco sazonados se deben acompañar con Vinos jóvenes y
ligeros –del color preferido por cada quien-, antes
de los más gustosos, que
van mejor con Vinos de más intensidad –los hay en los 3 colores, aunque
es más usual en Tintos-.
La sazón y las salsas definen la selección del vino, pues allí se concentra el
sabor y la suculencia de los platos. Las salsas ligeras,
con bajo nivel de
grasa y aderezos, van bien con vinos jóvenes, como Sauvignon (Blanco) o Merlot
(Tinto), mientras que las salsas
cremosas y de intenso sabor requieren vinos
con más cuerpo, como Chardonnay (Blanco) o Cabernet Sauvignon (Tinto).
A pesar
de las Ideas (criterios y sugerencias) que se puedan considerar, priva la
subjetividad, pues se trata de un asunto
de gustos personales, muchas veces
basados en Vivencias que son la esencia de la expresión ‘sobre gustos no existe
nada escrito y para eso están los colores’.
Esto
fue para Vinos Tranquilos.
Espumosos, Dulces y Fortificados ameritan tratamiento
separado.
SaludEs!